RICHARD ALEGRÍA / (OCHO COLUMNAS)
Corre, pero sin prisa. Él no conoce de afanes. El reloj se detuvo en su vida hace mucho. Quizá por eso sonríe siempre, en cualquier lugar, a cualquier persona, bajo cualquier circunstancia. El es Luis Enrique, un personaje singular de Tuxtla Gutiérrez.
Tiene dos chalecos fosforescentes que alguien le regaló piadosamente. Uno es color naranja y el otro verde. Su favorito es el primero. Es que Luis Enrique adoptó hace años el oficio de "viene viene" en algunas tiendas de conveniencia.
Pero le gusta alternar oficios. Se le puede ver un día abriendo las puertas del Oxxo ubicado en la calle Tucanes y Flamingos de la colonia Los Pájaros. Al día siguiente, se para en el libramiento Sur y Calle Tucanes ayudando a la vialidad con un silbato de plástico.
La gente lo respeta, aprecia y apoya. Con gusto le dan algunas monedas. Luis Enrique es inteligente y ve cuando ya su labor no es necesaria en un lugar emigra a otro donde se le requiera.
Así, acude al crucero de 15 Oriente y 9a Sur. Luego se mueve a la calzada Caminera. Aprovecha el viaje y se coloca en el estacionamiento de un banco sobre la 9a Sur y 16 Oriente. Más tarde se retira, camina y se detiene en el estacionamiento de un centro comercial aledaño. Sin embargo Luis Enrique observa que en el lugar ya hay "franeleros". Los saluda, sonríe y se va. No les compite ni invade su área laboral por informal que ésta sea.
Luis Enrique vive en la colonia Aires del Oriente, una invasión al sur oriente de la capital chiapaneca. Por eso es más frecuente verlo en las colonias cercanas como 6 de Junio, Los Pájaros o Cerro Hueco.
El día luce opaco, como la mirada de Luis Enrique. Es raro verlo así. Algo le inquieta. Y se sienta pensativo sobre la acera de la avenida Cóndor y calle Tucanes de la colonia Los Pájaros. De repente suena el claxon de un auto, Luis Enrique voltea y ve a un taxi cuyo chófer le muestra una moneda. Luis corre, pero sin prisa... no conoce de afanes. El reloj se detuvo en su vida hace mucho. Quizá por eso sonríe siempre. Casi siempre. Hoy no había sonreído como siempre, pero la moneda del taxista activa el interruptor interior de Luis Enrique que vuelve a sonreir.
Su primera reacción es voltear a la máquina tragamoneda instalada afuera de la tienda de abarrotes, en la esquina donde se encuentra. Mete la moneda y comienza a jugar. Otra vez el mini casino le gana, como ayer... Como siempre. Luis se enoja y golpea la máquina. Voltea a ver si alguien más le da otra moneda, pero no hay nadie.
Luis vuelve a ponerse triste y enfila sus pasos hacia su casa, cabizbajo, taciturno. La lluvia amenaza con caer. Poco antes de llegar a la esquina de la avenida Las Carretas y la entrada a la colonia donde vive, se topa con un amigo. Luis sonríe y saluda. Su amigo agradece a Luis, le golpea la espalda y le da una moneda.
El día termina. Llega la noche, pero en la vida de Luis y su amigo brilla el radiante sol de la felicidad. Es que ésta radica no en recibir sino dar. Y Luis da sonrisas y sirve siempre. Lo plausible de Luis Enrique es que se sobrepone a una discapacidad de hace 30 años, desde que nació. Sufre convulsiones. No puede hablar, pero Luis Enrique habla el lenguaje universal del amor. Hoy, todos con quienes se relacionó entendieron su mensaje.
Luis Enrique divisa la humilde casa de sus padres y corre. Corre, pero sin prisa. Él no conoce de afanes. El reloj se detuvo en su vida hace mucho. Quizá por eso sonríe siempre, en cualquier lugar, a cualquier persona, bajo cualquier circunstancia. El es Luis Enrique, un personaje singular de Tuxtla Gutiérrez.
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